martes, 7 de mayo de 2013

Vale la pena


La sesión #25 que a continuación describo, ha sido, en lo personal, una de las sesiones más significativas del curso.

Considero que la discusión sobre la importancia y verdadera trascendencia de las acciones con responsabilidad ciudadana, se torna cada vez más sincera, más profunda.

A lo largo de esta sesión pude sentir que hemos creado un verdadero ambiente de trabajo en equipo, de confianza en el otro y en el valor que tiene la aportación de uno mismo al beneficio colectivo. Pude notar que las reflexiones que compartimos tienen un valor diferente, más sincero y más apreciado, sin lugar a dudas todos de alguna manera, hemos cambiado.

En este contexto de hermandad, de equipo y de esfuerzo y aprendizajes compartidos, la proyección de dos de los videos que preparó el profesor para la clase, me causaron un impacto muy particular.

El primero de esos videos, describía un camino en alguna ciudad del mundo donde el gran tronco de un árbol caído obstaculizaba el paso. Camiones, taxis y autos particulares vieron detenido su camino en medio de un muy pesado tráfico.
El tronco gigante era un enorme problema para todos, sin embargo la gente pasaba, se molestaba, se desesperaba, pero el obstáculo seguía ahí. La lluvia comenzó a caer. Y fue entonces cuando un niño pequeño se bajó del autobús y en medio de la tormenta observó el daño que estaba provocando el tronco a mitad del camino, evitaba que todos los ahí presentes pudieran llegar a su destino. Entonces dejó su mochila en el suelo, se colocó frente al gigantesco tronco y comenzó a empujarlo con todas sus fuerzas.

El resto de las personas, se quedaron mirando atentamente al pequeño, asombrados.
Al verlo, un grupo de niños chiquitos corrieron hacia el tronco y empezaron a empujar entusiastamente. Y fue sólo hasta entonces, después de observar a los niños, que jóvenes, hombres y mujeres adultos, se unieron al esfuerzo y comenzaron a aportar su fuerza alrededor del gran tronco.

Después de un tiempo de trabajo compartido, el tronco finalmente comenzó a moverse y poco a poco, entre todos lograron quitarlo del camino.
La felicidad no se hizo esperar, se pudo sentir en el ambiente un aire de compañerismo y algo muy parecido a la hermandad. El ánimo de todos mejoró notablemente y hasta la lluvia cesó, dando lugar a una reflexión muy profunda en mi mente.

Me pareció muy impactante que el primero en hacer algo al respecto, en darse cuenta de que era necesario actuar para mejorar la situación de todos, fuera un niño. Y que los que lo siguieran fueran niños.
Mientras sólo los pequeños empujaban con fuerza, pensé en la inocencia característica de la infancia, en la fe y esperanza que irradian los niños. Ellos no se detuvieron a pensar que eran demasiado pequeños, que no tendrían la fuerza suficiente para mover el tronco. Pienso que verdaderamente creían que podrían, y si es que me equivoco, saber que eran pequeños no los detuvo y fue su acción el detonante de algo más grande que resultaría en el beneficio de todos.

Antes de llegar a este curso, siempre me detuve a pensar si lo que hacía serviría de algo, si tendría el impacto suficiente o necesario, y cada vez que lo evaluaba llegaba a la conclusión de que yo sólo era una persona, diminuta e insignificante en comparación con los grandes problemas y obstáculos que como sociedad y humanidad enfrentamos. Y traté de tomar acciones, pero ahora sé y puedo aceptar con toda honestidad, que tenían más el objetivo de callar mi consciencia que de ofrecer una pauta hacia un impacto verdadero y duradero.

El segundo video afianzó mi reflexión anterior y me motivó a buscar no volver a minimizar mis aportaciones nunca más.
Este video era un relato de la historia de un gran maestro y escritor que caminando por la playa encontró a un joven a la orilla del mar aventando estrellas de mar al fondo del océano.
Entonces el escritor le preguntó al joven por qué lanzaba las estrellas al mar. El joven contestó que había mucho sol y la marea estaba bajando, si no las regresaba al mar, se secarían y morirían. 
El maestro preguntó al joven que si acaso no notaba que había kilómetros de playa y muchísimas estrellas, que su esfuerzo era inútil y no haría la diferencia porque no podría salvarlas a todas. El joven escuchó respetuosamente al escritor, tomó una estrella de mar y la lanzó al fondo del océano, más allá de las olas. Entonces se volvió al maestro y le dijo, “para ésa hizo toda la diferencia”.

Fue en ese momento cuando comprendí que por pequeñas que parezcan mis acciones, mi esfuerzo y mi contribución a causas justas, de alguna manera tendrán un eco en alguna persona y tendrán un impacto que hará toda la diferencia para alguien.

Mi estrella ahora, es el niño con el que trabajo en la implementación del plan de educación de la Organización TECHO. Ese pequeño aprende rápido, se esfuerza cada sábado en atender las lecciones y he visto ya algunos cambios en su forma de pensar y de actuar y creo que aunque dentro de algunos años no recuerde ni mi nombre… mi trabajo con él ahora, podría hacer alguna diferencia verdadera en su vida. Esto es lo que me alienta y motiva a seguir adelante y dar todo de mí deseando que de alguna manera, mis acciones de hoy resuenen en la eternidad… 

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