Una de las actividades más populares en el primer día en un curso nuevo, consiste en presentarse al
grupo exponiendo nombre, lugar de procedencia, gustos y expectativas, y fue
precisamente esto lo que se nos pidió hacer el primer día en Responsabilidad
Social y Ciudadanía.
Se nos pidió retirar mesas y crear con las sillas un
círculo para dar lugar a una especie de mesa redonda y mientras cumplía con las
instrucciones noté un aire especial de apoyo entre los compañeros que estaban a
mi alrededor, todos prestos a poner lo mejor de sí mismos, a ayudar y eso me
hizo sentir en confianza, una corazonada me dijo entonces que éste sería un muy
buen grupo de personas con quienes compartir la aventura.
Efectivamente uno a uno nos fuimos presentando y tras
cada intervención personal pasábamos la palabra a otro compañero aventando una
bola de estambre y conservando un extremo del mismo, de tal forma que cuando el
último de nosotros habló, entre todos habíamos ya construido una telaraña de
estambre de la cual cada uno poseía un extremo.
Poco después el guía y maestro colocó una base de
plástico con una pelota sobre ella en el centro de la telaraña que habíamos
tejido. La pelota era una representación en miniatura del planeta Tierra, y se
tambaleaba de un lado a otro sobre la base de plástico plana. Todos nos pusimos
tensos, las instrucciones eran precisas, no dejar que la pelota cayera al suelo
y para ello cada uno de nosotros tuvo que cuidar la tensión de su pedazo de
telaraña y evitar hacer movimientos bruscos.
La tarea era difícil, éramos muchos y la base no
proveía de un buen soporte a la pelota, a punto estuvo de caerse cuando algo
extraordinario pasó, por puro instinto de supervivencia a la prueba, entre
todos nos coordinamos para mover nuestros extremos de la telaraña de tal forma
que pudiéramos darle mayor estabilidad a la base y evitamos que la pelota
cayera.
Ciertamente la satisfacción de lograr evitar la caída nos
invadió y al mismo tiempo un sentimiento de identidad, de pertenencia a un
equipo que trabajaba unido para lograr un objetivo común.
La representación de nuestro mundo en la pelota no es
fortuita y la actividad inmediatamente me remitió a lo importante que es que
cada uno de nosotros ponga de su parte para lograr sostener a nuestro planeta.
Si alguno de nosotros hubiese aflojado su extremo de la telaraña la base de
plástico se hubiera desequilibrado y tal vez el resto del equipo no hubiera
podido evitar que la pelota cayera. Si uno de nosotros hubiera fallado en su
misión todos habríamos sufrido las consecuencias.
El equipo es pues la humanidad entera, todos poseemos
un extremo de la telaraña en la vida real, una oportunidad para hacer nuestra
parte y evitar que nuestro planeta caiga y queden en el olvido las cosas
buenas, los valores, los momentos, las amistades, nuestros paisajes, la
convivencia…
Dicen por ahí que hoy en día:
Tenemos casas
más grandes, pero familias más chicas.
Tenemos más
compromisos, pero menos tiempo.
Tenemos más
medicinas, pero menos salud.
Hablamos
mucho, amamos poco y odiamos demasiado.
Hemos llegado
a la Luna y regresamos, pero tenemos problemas para cruzar la calle y conocer a
nuestro vecino.
Estos son
tiempos con más libertad, pero menos alegría.
Son días en
los que llegan dos sueldos a casa, pero aumentan los divorcios.
Son tiempos de
casas más lindas, pero más hogares rotos.
Todos tenemos la oportunidad de dedicar nuestro
trabajo diario a evitar que la pelota se caiga, desde nuestras diferentes trincheras
buscar ser mejores con nosotros mismos y con los demás y en la medida en que
cada uno de nosotros haga mejor lo que le toca, éste será un mejor lugar para
todos…
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