Dicen que el dinero y las posesiones materiales
cambian a las personas, hacen que pierdan el verdadero sentido y valor de la
vida. Hoy comprendí, a través de una dinámica muy interesante, cuán cierto es
este pensamiento popular.
Todo comenzó cuando el maestro nos ofreció una hoja
tamaño carta con algunas preguntas acerca de nosotros mismos, sobre nuestros
gustos y disgustos, sobre las películas y libros que nos gustan, comida
favorita, etc.
Se nos pidió contestar cada una de las preguntas y una
vez lleno el cuestionario, buscar compañeros que coincidieran con nuestras
respuestas. Además, los primeros tres en
llenar el formato con los nombres de aquéllos que gustan de las mismas cosas
que ellos obtendrían un décimo extra sobre la calificación del primer parcial.
Como era de esperarse, el sentido de competitividad
nos invadió y una vez lleno el cuestionario, todos comenzamos desesperadamente
a buscar compañeros afines a nosotros, hubo quien gritaba sus respuestas con la
esperanza de hallar a alguien que coincidiera, y pronto se escuchaba por todo
el salón: “¿A quién le gusta el sushi?”, “¿Quién odia hacer la tarea o lavar
platos?” “¿Quién ha leído El Código Da Vinci?”.
Poco a poco fuimos encontrando coincidencias y al poco
rato tres afortunados habían entregado ya sus formatos y todos volvimos a tomar
nuestros lugares.
Ninguno de los tres ganadores se imaginó lo que
sucedería después. El maestro les puso una última condición a cada uno para ser
merecedores indiscutibles de los décimos extra… A cada uno fue haciéndole preguntas
sobre los compañeros que coincidieron con ellos en respuestas: “Dime, ¿a quién
le gusta el sushi como a ti?”. Entonces me imaginé lo que hubiera pasado si
hubiera sido a mí a la que le hubieran preguntado…
Lo cierto es que me preocupé tanto por terminar pronto
que no presté verdadera atención a los nombres que escribía en la hoja, si el
maestro me hubiera cuestionado a quién le gustaba el mismo platillo que a mí
(por más que me esforcé en tratar de recordar) no hubiera podido responder. Y
lo mismo les ocurrió a los tres finalistas.
Cuando reflexioné sobre lo sucedido, me di cuenta de
que no podía recordar los nombres porque me concentré sólo en terminar primero
y obtener los décimos extra.
Lo que ocurrió fue pues, que cuando el maestro colocó
la recompensa de por medio, todo lo demás pasó a un segundo plano…
En un principio me sentí mal por no poder recordar
pero cuando comprendí lo que había sucedido con esta actividad pude llegar a
una mejor reflexión… Muchas veces estamos tan concentrados en obtener lo
deseado, conseguir ésa anhelada meta o llegar a determinado destino que
olvidamos disfrutar del camino, de la compañía de personas con las que pudimos entablar valiosas
relaciones y construir buenos momentos que finalmente perdurarían en los
recuerdos, a veces, olvidamos detenernos y admirar el paisaje.